• ...Ahora sólo quedábamos él y yo,
    su eterna imagen,
    su rutinario despertar,
    el bostezo de sus estrellas…
    yo y su amargo atardecer otoñal,
    su aurora de recuerdos petrificados;
    todavía se escuchan los gemidos de su pasado radioactivo;
    y me hipnotizaba,
    me volvía dócil,
    me invadía el miedo,
    justo el necesario…
    sólo el necesario para seguir parado aquí;
    y yo, de nuevo,
    miraba fijamente el horizonte arder en llamas...